Vivir en Santa Sofía me permitió, hace años, descubrir la majestuosidad de la Cascada del Hayal en su estado más puro: un sendero apenas marcado, la naturaleza salvaje dominándolo todo, y una experiencia tan auténtica como exigente. Fue una de esas primeras maravillas que me enseñaron a respetar el ritmo de la tierra.
Hoy, muchos pasos y muchos años después, regresé. Esta vez no iba solo: me acompañaba Luis, un voluntario francés que llegó a apoyar por un tiempo en la Villa Ecológica Proyecto Gaia, intercambiando cultura, experiencias y manos solidarias. Quise llevarlo cerca de la cascada para mostrarle uno de los tesoros que tanto había significado para mí.
Desde el principio, el cambio fue evidente y profundamente emocionante. Los senderos, antes tímidos, ahora se muestran cuidados, mejor trazados, respetuosos con el entorno. Se siente el amor por la montaña y el compromiso con su preservación. La atención que recibimos fue impecable, cercana y profesional, reflejo de un equipo que entiende que conservar es, también, educar.
Una de las grandes novedades es el Puente Colgante, que nos permitió cruzar el abismo sintiendo el vértigo y la grandeza del paisaje en cada paso. Más arriba, la Escalera al Cielo se alza directamente desde la montaña, invitando a quienes se atreven a vivir una ascensión tan real como simbólica.
Es importante resaltar que todas estas actividades están cuidadosamente vigiladas y acompañadas, garantizando en todo momento la seguridad de quienes se aventuran a contemplar esta maravilla.
Agradecemos profundamente a los gestores de la Cascada del Hayal por permitirnos regresar, por abrir este espacio de turismo ambiental consciente y por demostrar que se puede crecer en infraestructura sin traicionar la esencia natural. Fortalecer este tipo de turismo es, sin duda, fortalecer nuestra propia relación con el planeta.
Luis, desde su mirada fresca, quedó maravillado. Y yo, desde mi memoria, recordé que el verdadero progreso no es cambiar la naturaleza, sino aprender a caminar mejor a su lado.
